jueves, 25 de octubre de 2007

NOTICIAS DE LA TARDE

Encendí la radio esa tarde de abril, de hojas secas crepitando bajo los pies de todos aquellos que, como hormigas, íbamos de un lugar a otro de la ciudad con nuestras bolsas de los mandados . Era un alto en mi propio andar, el momento en que podía apartarme del rugir de la calle, con sus sirenas ululantes de patrulleros y ambulancias yendo de un lugar a otro, siempre desconocido.

Pensé después del primer minuto que sólo quería estar en silencio, relajarme; no se si pensar. Me dirigía a hacer callar la voz del locutor cuando me sorprendió la noticia, en un comunicado urgente de la junta de gobierno, se informaba que: el general Ariel Martínez, ha sido muerto. Asesinado por un comando clandestino de los agentes de la anti patria que a fuego de metralla en pleno centro de la ciudad lo sorprendió en una emboscada. El valiente general...

Los oídos me zumbaban, creí que iba a gritar, pero no podía, por alguna razón tampoco golpee sobre la mesa, como muestra de haber recibido el impacto.

Pensé entonces en lo único que podía hacer: salir nuevamente a la calle que se me antojaba que a esa hora sería un infierno. Respiré profundamente. Bufaba al exhalar . Tomé aquello que nos identificaba y bajé rápidamente los tres pisos por esa escalera de mármol que devolvió uno a uno el sonido de mis pasos.

Tal vez deba decir a esta altura del relato, que las jóvenes como yo, de apenas diecisiete años, podíamos andar por la ciudad sin ser sospechadas. Esto lo sabían nuestros compañeros. Éramos quienes llevábamos comida, noticias, dinero. Nos cerciorábamos de que estuvieran vivos todavía, cada uno de nuestros familiares o presos políticos, sin mayores problemas. Bastaba tener la bolsa de los mandados. Recuerdo que la mía, de mimbre, hacía un sonido particularmente agudo al balancearse con el andar.

Tomé el primer micro que respondió a mis señas. No recuerdo, o nunca supe, adonde iba. No lo necesitaba. Cuando me senté, en el único lugar que quedaba libre, me di cuenta de que muchas bolsas iguales y distintas a la mía me rodeaban, no miré hacia los costados, sólo al frente y abajo, supe que eras como yo, un correo, una hermana, una esposa. Entonces dije bajo: reventaron a Martínez...

Erguiste el torso en una bocanada espigando la figura, pasaste una mano por tu rostro murmurando: que dios perdone lo que estoy pensando.

Bajé en la primer parada, jamás vi tu cara, solo sé que en ese momento, compartimos a nuestra manera las noticias de la tarde.

Recién entonces me di cuenta que estaba nuevamente en la calle, entre el rugir de los motores, las bocinas, las hojas de ese abril crujiendo en mis zapatos...

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