viernes, 15 de junio de 2007

HEVRON (El lugar de la esperanza)



Me sorprendió encontrarme de repente en tu tierra, tan extraña para mi que jamás hablé otro idioma, más allá del italiano o el inglés tarzánico. No tuve otro remedio que prenderme a vos como una rémora. Recorrerte era mirar los paisajes de tu tierra. Las arenas del desierto color piel; caliente, me invitaban a aferrarme a tu cintura. No puedo ni aún hoy recrear otro horizonte que no sea de la forma de tu boca. Un cielo más claro que tus ojos. Eras la tierra. Mi tierra, rodeándome preñada de silencios milenarios. De miradas desconfiadas ( demasiado desconfiadas al final ), de terrores esperados. Las calles de tu vida se parecían a las mías en otra parte. Los coches, los ómnibus yendo y viniendo en un frenesí desconsolado, me recordaban en mucho a mi ciudad; a Buenos Aires. Esta vez miraba yo, desde el nido de un gorrión. Así me sentía. Llevado por tu mano Cálida. Dulce. Tu vestido largo flameando en el viento. Las alpargatas negras, traídas de Argentina, rendían tributo al calor del asfalto. Ese asfalto duro, gris. De grises plomo estaba hecho el sendero de tu vuelo, golondrina. De cielos blancos y celestes como el mío, dibujada la saltarina ensoñación de tu mirada.

Hoy no puedo mirar con esos ojos esta tierra tuya. Las largas caravanas de silencio. De seres sombríos vestidos de negro; que no vi aquella vez. Las inmensas lejanías construidas por el rumor de la batalla. Los valles sembrados de verde revancha. Las calles infectadas de semillas de girasol que todo lo vuelven crepitante. Las manchas que van dejando esas semillas son como la sangre que nutre la tierra. Como tu sangre, que me trae de nuevo cada vez a recordarte.

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