viernes, 15 de junio de 2007

El encuentro II


Se despidieron con un beso en la mejilla por encima de la mesa. Ella salió por la puerta que daba a la Avenida Corrientes. El, por la que daba a la Avenida Callao. Miró a ambos lados antes de decidirse a seguir en una dirección determinada. La boca del subte que lo había obsesionado tanto durante la espera, se le antojó un cráter de magma humano bullente. Seres sin rostro. Vestidos de negro. Cabezas gachas. Miradas reconcentradas viendo a ninguna parte.

El mismo fue uno más de ese montón informe. Silencioso.

La violencia no siempre se expresa en un grito o un golpe. Meditaba cada fase, cada respuesta. No encontraba -sino en la situación a la que nunca se había hecho referencia más que elípticamente-, un solo tono altisonante. Sin embargo, no podía dejar de temblar pensando en la respuesta de Alejandra “quizá llegue hasta tu casa y te pegue dos tiros en la cabeza”. No era posible que fuera la respuesta al simple: “tal vez volvamos a vernos dentro de algunos años”.

Trató de jugar con las palabras, como siempre intentó no pensar, pensando: la realidad es dialéctica, se repitió, ya lo decíamos antes mi amigo, aquí podemos comprobarlo...

Dejé el trabajo, había dicho ella. El quiso decir genial, pero no en ese contexto. Y respondió: ¡estás loca! ¿ De qué pensar vivir?

Ya lo ve, el opuesto antagónico.

-Me gustaría que te quedaras.

-Quisiera pero... Salpicó otra oración de sujeto tácito, diluyéndose en los puntos suspensivos del final.

Una cuchara giraba en la taza de café medio vacía.

Las últimas gotas de una gaseosa vacía desde hacía rato estallaban contra el fondo del vaso.

Un billete de cinco pesos cayó sobre la mesa como una hoja de otoño prematura.

Se veía a sí mismo de cara al cristal de la puerta de la Avenida que no reconoció hasta que miró dos veces a ambos lados. A sus espaldas, una mirada, tal vez lo estaría siguiendo .

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