
La piedra describió un parábola casi perfecta, el empeine del pie derecho produjo un sonido opaco al tomar contacto con ella .Toc, y vuelta a empezar el dibujo aéreo. Esta vez, a la distancia, no había ningún pie esperando, rodó por el asfalto negro, sin dueño. Dame un cigarrillo, dijo él, el mayor de los tres. La nena más flaca -porque después de todo no eran más que eso, dos nenas- sacó del bolsillo un atado de Marlboro y lo alargó sin mirar, hacia la derecha. Venía concentrada en el piso con esa obsesión y mutismo tan particulares en ella. La cinta negra del asfalto jugaba a ser devorada, metiéndose debajo de sus zapatillas gastadas. Cruzaron el parque sin darse cuenta. Las primeras horas de la tarde ambigua, somnolienta, languidecían en la sorpresa de una primavera inesperada.
Algunos caminantes, estudiantes por los general, los miraban con cierto recelo; desprecio casi. Ellos ya no lo percibían (al menos eso querían creer). Avanzaron unas pocas cuadras, hacia uno de los tantos cruces al final del parque. Ingresaron al comercio de la esquina en el que una mujer, sola, los miró con desconfianza. No pidieron nada. El varón sacó un arma de debajo de sus ropas con un gesto ampuloso de videojuegos. Exigió el dinero. Miró un segundo hacia atrás, a través de la entrada una franja del asfalto se percibía incorruptible. Sus dos pequeñas cómplices tomaban del mostrador el dinero, que la cajera, boquiabierta, deslizaba debajo de la reja. El, quiso ordenar que se apuraran. Nunca lo dijo.
b- Apretó la tecla que abre la caja registradora, y ésta le dio la bienvenida con el característico acorde timbrazo, que a veces lo fastidiaba. Pensó en el banco, más que en otra cosa, por eso cuando miró a su mujer para decirle que se iba a depositar el dinero recaudado, ésta notó que el tono de su voz era un sonido opaco. No le contestó. El, como tantas veces, subió a su antiguo Ford y emprendió la marcha. La cinta negra del asfalto corría presurosa y se incrustaba contra el radiador. El semáforo ( ese que odiaba tanto porque siempre lo pescaba en rojo) lo detuvo unos instantes, entonces comenzó a maldecir su mala memoria. Giró en el primer cruce que se lo permitió. Dejó el auto en marcha, dio unos pasos; miró hacia atrás un segundo. Sobre el fragmento de cinta del asfalto, el automóvil se mostraba incorruptible. Ingresó al comercio con la frase a ser pronunciada a flor de labios. Nunca la dijo.






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