jueves, 14 de junio de 2007

La otra Avenida

Vi a Perla en un café de la Avenida.

No me dijo nada especial,

pero está bien.

Regreso al sur. ( Juan Carlos Onetti )


Cuando Walter comentó lo de Perla, el silencio de la casa siguió igual. Las ausencias infranqueables se instalaron con mayor densidad que antes sobre las cabezas gachas de Horacio; leyendo el diario, y Oscar, inclinado sobre los libros de siempre -aquellos que el tío Horacio a veces solía espiar por encima de sus hombros-. Walter se deslizó de costado, como una figura de marionetas de cartón de teatro chino: sin ángulo, sin frente, todo esbozo de figura en acción pero lateral.

El tío Horacio dio vuelta la página, mojando con la lengua el dedo índice de la mano derecha, que deslizó luego sobre el pulgar, con la anticipación del movimiento sobre el ángulo de la hoja; que se plegaría, dócil, a la orden del titiritero. Oscar apenas giró la cabeza, un poco para mirarlo, otro poco para sentirse él mismo reaccionando ante la noticia. Una mosca golpeaba contra el vidrio de la ventana que daba a la calle, la misma por la que el tío Horacio, había mirado pasar el carnaval la noche que Perla se fue, allá por el 38. Una y otra vez subía hasta el final del vidrio y volvía, en un corto vuelo, a intentar traspasar esa barrera invisible, pero real. Pensó en el tío Horacio. Después, como acto natural, su mirada tropezó con la de Walter. Se detuvo apenas un instante, y como sorprendido volvió a situarla sobre el libro sin poder retomar la lectura. Su silencio
-como el de todos-, se fue alargando, endureciendo, hasta construir ( reconstruir ) la imagen de la otra avenida, con una Perla remozada y locuaz que bebía manzanilla y golpeaba las palmas a compás.

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