martes, 12 de junio de 2007

La ola de violencia

Más allá de los ventanales danzaba el aire del atardecer bajo los robles. Palabra por palabra, absorbidos por la sórdida disyuntiva se encontraron por última vez en la cabaña del monte. Ella llegó primero, recelosa; luego él, la cara lastimada por el chicotazo de alguna rama. Se abrazaron, admirablemente restañaba ella con sus besos la sangre. El la apartaba, rechazando con suavidad sus caricias, no había venido a recrear los rituales de los amantes esta vez. Ceremonias de una pasión secreta protegida por un mundo de hojas secas y senderos furtivos. Lo imaginaron arrellanado en su sillón favorito, de espaldas a la puerta que le hubiera molestado como una posibilidad de intrusiones, dejando que su mano, mientras tanto, acariciara suavemente el terciopelo verde, en tanto que la derecha sostenía la novela que durante las últimas semanas lo había obsesionado. Desde hacía algún tiempo se había volcado, no sabía muy bien por qué, a la lectura de género policial porque, se lo había dicho, matar por matar ya parece una costumbre. Costumbre que al parecer no siguen ni siquiera la lógica de la violencia.

Se dejaron llevar por la imaginación, permitiendo ser ganados por el placer perverso de irse desgajando, palabra por palabra, de lo que los rodeaba. Sin saber cuando los pasos del plan urdido hacía tanto tiempo se hicieron presentes sin ellos notarlo: recorrieron sigilosamente primero una sala azul, después una galería, una escalera alfombrada. En lo alto dos puertas. Nadie en la primera habitación, nadie en la segunda. La puerta del salón, y entonces el puñal en la mano, la luz de los ventanales, el alto respaldo de un sillón de terciopelo verde, la cabeza del hombre en el sillón leyendo una novela. Un perro debía ladrar, y ladró, sacándolos de esa especie de letargo, entonces ella comenzó a repetir nuevamente las palabras: primero una puerta azul... El la miró fijo a los ojos se palpó el costado para sentir la seguridad de que todo estaba en su lugar, recién entonces pegó media vuelta y enfrentó el bosque. Sólo una vez se volvió para verla correr con su pelo suelto, en dirección contraria. Tembló ante la posibilidad de que algo fallara. Percibió el verde espeso, las ramas los árboles la distancia el pensamiento...

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