
El pié derecho lo sacó por un instante de la contemplación del paisaje. Lo agitó para que entrara en calor, pero no tuvo suerte. Lo frotó con violencia contra la bocamanga ¿de su pijama?. Imposible: nunca usaba, a pesar de que la parte visible de su cuerpo (lado izquierdo), mostraba la manga celeste de inconfundible corte: prenda de dormir.
Algo no estaba del todo bien. Debería estar viendo el lado derecho: la mano jugando con la caja de fósforos, que continuaba empecinada pasando apenas perceptible entre el índice y el pulgar.
Por un instante olvidó el pie enfriándose por el viento, que agitaba las copas de los árboles, y se quedó contemplando una vez más el paisaje exterior, que ahora le sugería una ruta interminable deslizándose incansablemente a ninguna parte. El filo del marco de la ventana -sobre el que estaba apoyado-, le molestaba en el pecho y, curiosamente, no lo percibía en el codo derecho que, según él, estaba presionando fuertemente sobre uno de sus ángulos. Un inexplicable silencio rodeaba cada movimiento, en ese instante el brazo izquierdo cayó al otro lado del vidrio...






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