jueves, 25 de octubre de 2007

La ley de la vida


-Era una noche de lluvia, viernes, estoy seguro porque es el único día que me gusta que llueva, además de los fines de semana en que venís a visitarme y podemos quedarnos todo el día en la cama sin que nadie nos moleste.

Era viernes, si, y me llamaste a la oficina para decirme que desde el mediodía te habías instalado en el departamento, decidiendo hacer aquello que nunca quisiste, usar la llave que contra tu voluntad abroché en el llavero.

Era viernes, porque no me molestó mojarme cuando bajé del auto para abrir el portón, y que se metieran por mi cuello las gotas que caían del alero, que cada vez que llueve, juro ponerle la zinguería para que el agua corra hacia un extremo.

Era viernes y entré con brillitos de agua en el cabello, el saco en el brazo y el maletín en la mano izquierda, las llaves del coche y las de entrada en la derecha haciendo malabares cada vez que tenía que seleccionar la que abría las puertas, que como en un dominó iban cayendo, para llegar a vos.

Me recibiste seria, me abrazaste fuerte, con ternura; esa palabra que no me gusta, como vos sabés, porque parece que derivara de ternero, y te quedaste con la cabeza escondida en mi cuello sin decir una palabra.

Temblé; juro que pensé en esos pocos segundos que había hecho bien en no traer flores (cursis), y asocié todas las señales diferentes en tu comportamiento, con un final que jamás dejó de estar del todo en el universo de lo imposible. No quería preguntar y a la vez quería saber, conocés tanto mis fobias por las sorpresas, pulsás tan bien las cuerdas de mis sentidos, que dijiste enseguida, en un susurro, es la Nona...

Yo se que es mezquindad, egoísmo o tantas otras cosas, pero de alguna manera me alegró, no se si me entendés, me alivió saber que no éramos nosotros el motivo de la angustia, y yo que te parecí tan sereno, seguro, protector, no estaba pensando en la muerte, pensaba en mi vida.

Era de noche, llovía, estoy seguro que no propusiste cenar, a pesar que te habías esmerado en hacer algo en la cocina, esa que vos odiás, porque me conocés tanto, que sólo serviste fruta. Hablamos poco, la edad, donde era el velatorio, cuando había muerto, quién te había avisado. Te propuse no ir esa noche, que esperáramos hasta la mañana siguiente.

Siempre dormías abrazada mí, pero esta noche fue distinto, no era el abrazo del éxtasis, tu cabeza apoyada en mi pecho, tu cara iluminada con una sonrisa cómplice. Me pareció que temblabas, tardaste en conciliar el sueño y cada tanto abrías los ojos, como para ver si estaba; sonreías sin alegría y volvías a cerrarlos; no apagué la luz...

-Era un día insoportable, esos en que la lluvia se mete en los zapatos de los chicos por toda la casa, viernes para más datos, estoy segura porque es el único día en el que odio que llueva, había amanecido con pronóstico de mal tiempo para todo el fin de semana y me puso como loca el solo pensar en tener a los chicos todo el día encerrados. Además, como obviarlo, el estado de mamá no había mejorado, de un momento a otro esperaba un desenlace que creía, a esta altura sería mejor. Ochenta y siete años, cinco hijos, una vida de sacrificios y desarraigos, no es poco para mellar la salud de cualquier mortal y ella se había mostrado siempre como si nada pudiera afectarla; ni lo de tu padre , salvo los años, eso sí. Después de todo es la ley de la vida.

Era viernes de lluvia, cuando sonó el teléfono y la enfermera que la cuidaba me dio la noticia, pobre mujer, no sabía como decirme, intentó darle un tono profesional citándome en la clínica antes de lo previsto. Como si yo no fuera a darme cuenta, recuerdo que le pregunté si había muerto, y no me contestó, entonces volví a insistir, no tuvo más remedio que decir que si. Me quedé en silencio, con la mente en blanco, mientras la cuchara de madera con la que estaba revolviendo el tuco hacía un momento, manchaba la camisa a la altura del estómago, dejando una marca como de sangre, en el lugar en que más sentí el impacto; un dolor como de bala caliente y punzante.

Colgué; volví a la cocina, mi ámbito casi natural, mi refugio, a terminar de preparar el almuerzo y esperar a los chicos.

No sabía si llamarte enseguida o jugarme a que vos te dignaras llamar para preguntar como estaba la Nona. Decidí no adelantarle nada a los chicos, ahorrarles en lo posible, tener que pensar en algo que para ellos estaba tan lejano.

Después del almuerzo, viendo que sería imposible que llamaras, tomé el teléfono dispuesta a dejarte un mensaje en el contestador, ya que estaba segura que no estarías en tu casa, o tal vez decidieras no atenderme, pero no marqué ningún número, sentía toda la furia por tu egoísmo, tu desinterés, que estaba dispuesta a no avisarte, a que no te enteraras.

Dejé a los chicos con una vecina, como venía haciendo desde hacía un mes y medio y salí para la clínica.

La lluvia lo hacía todo más lento, más complicado, al tránsito enloquecido de siempre, se agregaba la gente parada a lo largo de las calles y avenidas, esperando taxis que no llegaban nunca. Ingresé a las dieciséis horas a la morgue, para que me entregaran el cuerpo, sentía los pasillos helados de una desolación absoluta y maldije una vez más que no hubieras llamado, me maldije a mi misma por no haberlo hecho tampoco. Después de todo ella tenía otros hijos, nietos, biznietos que eran tan responsables como yo.

Cuando firmé todos los papeles me sentí peor, no sabía a donde ir, fue entonces que volví a llamarte y me sorprendió gratamente oír que alguien levantaba el tubo para contestar, aunque fuera ella. Si bien al principio no supe que decir, luego terminé vomitándole mi angustia, estoy segura que logré entristecerla, eso me alegró. Después llamé a los demás...

-Era un viernes que había amanecido lluvioso, entonces me puse a pensar en vos, que a esa hora estarías preparándote, con tu minuciosidad casi femenina para ir a la oficina y decidí darte la sorpresa, no iría a trabajar y tampoco a la facultad.

Corrí al supermercado más cercano, porque te conozco lo suficiente como para saber que sólo tendrías agua en la heladera, y llegar cerca del mediodía a tu casa, ordenar un poco la pila de diarios que te empeñas en tirar nunca, los apuntes de la facultad amontonados por todas partes y ponerme a preparar la cena para esa noche, a pesar de mi fobia por la cocina.

Al principio no quería avisarte, después lo pensé mejor, tal vez al ver las luces desde la calle te preocuparías

Eran más de las seis de la tarde cuando, después de tener todo casi listo sonó el teléfono, atendí porque pensé que serías vos avisándome que tampoco irías a estudiar y que llegarías en unos minutos, pero no fue así y no te estoy culpando, antes de que pudiera arrepentirme ya había contestado y la voz de ella, que también se sorprendió estoy segura, me dio la noticia, sin prólogos, no se admitían entre nosotras.

Me dolió más de lo esperado, porque en mi fuero íntimo aspiraba a tener con la Nona una charla sincera, de mujeres, decirle que la quería y que su nieto a pesar de lo atolondrado, también, después de todo era el hijo de su hijo, aquel que tantos dolores de cabeza le había dado y que se fue antes que ella dejándole la primera herida, irremediable y sin hacer las paces con su nieto. Que era esta la razón por la cual casi no había trato entre ustedes dos, no porque fueras un mal nieto o un desamorado.

Cuando te vi entrar con brillitos de agua en la cabeza, el saco en el brazo y el maletín en la mano izquierda, los dos manojos de llaves en la otra, me pareciste más pequeño que nunca, algo que te hubiera alegrado de habértelo dicho, vos que te empeñás en no crecer.

Te abracé más fuerte que nunca, porque temí que te fueras a desmembrar al darte la noticia. Sentí la humedad de las gotas de lluvia en tu camisa, el calor de tu cuello contra mi boca, te paralizaste, creí que sería mejor decírtelo así sin más; es la Nona...

Casi no hablamos, fue mejor, la cena ya no tenía la menor importancia, se que sos un fanático de la fruta y con eso te alcanzaría. La idea de no ir esa noche al velatorio me pareció un pretexto para poder armar tu coraza de hombre que no llora, y decidí quedarme despierta, abrazada a vos, espiando cada tanto, esperando que desahogaras tu angustia...

3 comentarios:

Anónimo dijo...

Me gusta enormemente lo que escribes, prometo pasarme con mas tiempo, y "dar un gran paseo" por este blog :). Un saludo

=) Violeta dijo...

Cómo es eso, pincelas tus palabras y escribes poemas, color y rima, en tus fotografías?

Alejandro García-Mata dijo...

Es el primer escrito tuyo que leo, y antes de seguir con otros (ahora no me da el tiempo) quiero decirte que me pareció muy bueno. Te conozco poco, sólo como buen fotógrafo, y este relato me ha permitido atisbar un poco más tu sensibilidad. Felicitaciones.