Era la noche del insomnio, inmensa vacuidad de seres desolados, encerrados en la dinámica del pensamiento que resiste a rendirse. Ni Hegel, Nietzsche, Baudelaire u otros podrán venir en mi auxilio.
Giro contra la pared el reloj de la mesa de luz. Camino en la oscuridad, sin necesidad de ir a tientas. Descuelgo el reloj de la cocina, colocándolo boca abajo en el piso. Bebo un sorbo de agua, sacada de la heladera, que con su luz descompuesta no ilumina la habitación.
Me siento, tomo la lapicera, que dejé desde la tarde sobre la mesa junto al block de hojas, e intento reanudar el relato. Necesito remontarme algunos párrafos arriba, releer el dolor de la muerte, el abandono, el robo, la usurpación, el desarraigo. Abrazos descarnados de llantos, de impotencia, de incomprensión.
Quedé inmóvil un instante. No sé cuanto. Hasta que la mano febril sangró las primeras palabras. Sin versos. Letras grandes para que no se encimen en la oscuridad. Los ojos abiertos -desmesuradamente abiertos- siguen; lánguidos, el contraste de este damero. Blanco y negro; negro y blanco, blanco. Inmensamente blanco...
No me vestí, porque jamás me había desvestido. La noche es una excusa para los otros. Para los que están cansados. Para el amor, de quienes tienen quien los ame...
La luna, como el corte de una uña, se dibuja en el charco de agua del patio delantero. La niebla, es el vapor de la calle. Los adoquines - inseguros siempre- lo son más para mis pies descalzos. La esquina del semáforo no me pareció extraña. La avenida, como una sábana tirada desde un extremo, no se acaba nunca.
El aire golpea mis pulmones en un abrazo de frío En algún lugar de alguna parte quedó el suéter y la camisa El primer golpe es un cable del poste de teléfonos que tropezó con mi pie derecho al subir a la vereda Cuando me incorporo mis pantalones han decidido dejarme...
Las luces más intensas anuncian la profundidad de la noche, o el comienzo del día. Mi brazo derecho se detuvo en una mano que lo apresa con furia. Las bocas que me rodean en una dinámica de fuelle parecen gigantes y quieren engullirme. Mi cabeza gira (eso creo) en un ángulo de 180 grados. Constante. A lo lejos, tres luces multicolores se encienden intermitentes...
Una sirena hiere mis tímpanos. Interminable. Las plantas de mis pies arden. Las medias deshilachadas dejan ver dedos sangrantes. Todo mi cuerpo lo percibo hinchado, doloroso. Tanto como la mordedura de mi brazo derecho que dos hombres de blanco sostienen estirado...
A la memoria de Roque
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