
Llorar así es tan tonto,
las cacerolas se ponen blandas,
se ven como halos en las ventanas,
y ya no se oye cantar a la chica del piso de arriba...
Julio Cortazar. Rayuela
Quedarme mirando el techo ya no me alcanza, que las palabras más insólitas vengan a mi encuentro en la noche, en la vigilia del sueño o en el entreabrir de los ojos -digo los ojos, porque no sé si el resto se abre también; yo creo que no-, frases que nunca te dije, que no te diría. Que no te diría estoy seguro y menos ahora. Es nada más que una de las tantas contradicciones que me asaltan. Pienso que todo pasó tan rápido, fue llegando con la inmaterialidad del aire -esencial sin darnos cuenta, sobre el que se posan cosas menos esenciales-, anunciándose como la angustia de un ciego al palpar lo áspero. Porque debí presentirlo; anticiparlo, y no supe. Por eso escribo.
Las cosas se notan por su falta solía decirte, pero siempre pensé que sería yo quien faltara. Es casi absurdo pensarlo ahora. Ahora; si, cuando todo anuncia el final; cuando el viento que se cuela bajo la puerta me hiela los pies, y en el golpetear de la ventana se anuncia como un ladrón.
Un perro aulló no demasiado lejos. Dicen que ellos presienten. Anuncian con su llanto herido lo inevitable. Tal vez sea cierto.
Ya ves, son frases que no enfrentan. Divagues; digresiones, lianas que cuelgan por toda la casa, que me golpean la cabeza mientras camino, que sirven también para agarrarme; como ahora, para brincar al otro lado.
Yo te busqué después. Te busqué, te busqué. Quiero repetirlo hasta que me creas: te busqué.
Es que lo nuestro fue un desencuentro siempre, donde el estar juntos era parte misma de estar perdidos. Suena absurdo. Es absurdo. Soy absurdo; como sustantivo. Absurdo de absurdidad; absurdidez; absurdidonde; absurdicuando. Por qué no crear palabras como espacios, como refugios donde agolparnos como musgo.
Hay un hueco en la pared que me llama, miro; es todo silencio.






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