Cada cuatro años vuela mi mente hasta el día de la euforia; inconsciente colectivo. Los gritos, la histeria, la alegría de aquella muchedumbre reunida en tu casa. Y en medio de todos -encima de todo-, vos.
El último grito estalló por fin, y me sorprendió abrazado, sentado sobre la mesa de la cocina. Al girar con los brazos en alto te encontré y desfallecí entonces, enredado a tu cuello.
En ese instante todos se desvanecieron, y en la tumultuosa soledad, quedamos solos. Con tu vergonzosa inocencia adolescente me dijiste al oído, que de un manotazo te golpee una teta. Eso fue todo el erotismo que hubo entre nosotros ¡amor de caramelos! De labios dulces sobre mis mejillas. De besos cálidos de amor ausente. De boca al vuelo estallando en risa. De tremendos ojos negros -contradictorios faros iluminando mi vida-. ¡Y aquellas madrugadas! de extendidas cartas de amistad fingida.
¿Cómo no evocarte desde mi nostalgia? si lo llenabas todo; juventud en plenilunio...
Cada cuatro años; sentado sobre la mesa de la cocina, televisor mediante, espero el momento detonante de la euforia, para girar de nuevo con los brazos en alto, encontrar tu ausencia, y poder abrazarte una vez más.
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