miércoles, 13 de junio de 2007

CÍRCULOS





Después de todo lo sabía, cada vez que intento recordar algo de la niñez me asalta el miedo y me quedo colgado, suspendido más bien, en ese espacio que es todo incógnita; valor separado del tiempo, hoy cadáver exquisito de los filósofos del siglo nuevo.

Para estar así, el momento necesario que une la sucesión de hechos infinitos, que forman el acontecimiento, durante el cual me altera no encontrar aquello que busco, no escuchar aquello que quiero, no ver aquello que sueño. Sentir que se alisan los pliegues de la piel gastada, amanecer de rodillas teñidas de verde de pastos y de alfalfa. Praderas de la memoria infinitamente abiertas rebelándose al hallar la ostra sin perla: el tesoro de la risa profanado.

Hasta que te veo llegar al encuentro, asaltante del espacio -ya nada es mío- sacudís la modorra de la cama, y ansío que nunca dejes de venir con tus pies chiquitos, huracán de ternura, a sacarme del laberinto en que me hallo, rodeado de minotauros y sin cordel que me lleve a la salida, lejos del peligro.

Viendo tus rodillas verdes de crayones, las manos blancas mientras jugás conmigo, te nombro princesa de acuarelas esta mañana.

Ya ves, el círculo se agranda, copias de formas iguales y distintas, se propaga. Tu nombre es mi nombre, el de mi hermano, el de mi padre. Círculos en el agua más que sarmientos de un ombligo, principio y fin del verbo y la palabra.

Creo que por fin toca a su término el hueco que me atrapa; como decirlo: los hombres somos nada más que esto, caracoles de nostalgias. Sos el badajo que golpea la risa y despliega las velas para navegar hasta el puerto de mi infancia: capitán de sueños, marinero de aguas dulces y amargas.

Antes que sea tarde, que se desaten los surcos del tiempo, quiero tener la arcilla en mis manos, fresca, húmeda, blanda. Arrastrarme, ser el yeso y la pieza, sentir la sed de las paredes, desintegrarme en cada gota, rescatarme.

En el juego fugaz que me propongas seré tu igual, tus siete años. Un artilugio que me permite saltar el precipicio que nos separa. Pero no...

Cada vez que lo intento, me asalta el miedo y quedo colgado, suspendido más bien, en ese espacio que es todo incógnita; valor separado del tiempo, hoy cadáver exquisito de los filósofos del siglo nuevo. Para estar así, el momento necesario que une la sucesión de hechos infinitos que forman el acontecimiento. Después de todo lo sabía...

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